Sobre El Príncipe de Maquiavelo*

Lenia Batres Guadarrama

Sumario
I. Presentación. II. Las clases y características de los principados.
III. Las fuerzas del principado. IV. Del monarca al líder democrático.

I.                    Presentación

Nicolás Maquiavelo escribió El Príncipe entre 1513 y 1515, para “El Magnífico” Lorenzo de Médicis, es decir, para un monarca, en una época en que apenas empezaban a desarrollarse los conceptos políticos modernos, como el del Estado, la nación, la soberanía y la república, y aún estaban muy lejos de aparecer como ahora las entendemos categorías como democracia.

En los 26 capítulos que integran esta obra clásica con la que se considera que se inicia el estudio sistematizado de la política, el autor busca “establecer cómo pueden gobernarse y conservarse los principados”. Para ello, explica al soberano el conocimiento adquirido “gracias a una larga experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas”, relacionado con las formas en que se adquiere y ejerce el poder desde un principado, dado que, indica, “todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberanía sobre los hombres, fueron y son repúblicas o principados”.

Maquiavelo divide a El Príncipe en 26 capítulos, que, para efectos de este análisis, englobamos en dos grandes apartados: II. Cómo se clasifican los principados y III. Las fuerzas del principado, observando los capítulos originales de la obra:

II. Cómo se pueden adquirir los principados:

Capítulo I. De las distintas clases de principados y de la forma en que se adquieren.
Capítulo II. De los principados hereditarios.
Capítulo III. De los principados mixtos.
Capítulo IV. Por qué el reino de Darío, ocupado por Alejandro, no se rebeló contra los sucesores de éste, después de su muerte.
Capítulo V. De qué modo hay que gobernar las ciudades o principados que, antes de ser ocupados, se regían por sus propias leyes.
Capítulo VI. De los principados nuevos que se adquieren con las armas propias y el talento personal.
Capítulo VII. De los principados nuevos que se adquieren con armas y fortuna de otros.
Capítulo VIII. De los que llegaron al principado mediante crímenes.
Capítulo IX. Del principado civil.
Capítulo XI. De los principados eclesiásticos.

III. Las fuerzas del principado:

Capítulo X. Cómo deben medirse las fuerzas de todos los principados.
Capítulo XII. De las distintas clases de milicias y de los soldados mercenarios.
Capítulo XIII. De los soldados auxiliares, mixtos y propios.
Capítulo XIV. De los deberes de un príncipe para con la milicia.
Capítulo XV. De aquellas por las cuales los hombres, y esencialmente los príncipes, son alabados o censurados.
Capítulo XVI. De la prodigalidad y de la avaricia.
Capítulo XVII. De la crueldad y la clemencia; y si es mejor ser amado que temido, o ser temido que amado.
Capítulo XVIII. De qué modo los príncipes deben cumplir sus promesas.
Capítulo XIX. De qué modo debe evitarse ser despreciado y odiado.
Capítulo XX. Si las fortalezas, y muchas otras cosas que los príncipes hacen con frecuencia son útiles o no.
Capítulo XXI. Cómo debe comportarse un príncipe para ser estimado.
Capítulo XXII. De los secretarios del príncipe
Capítulo XXIII. Cómo huir de los aduladores.
Capítulo XXIV. Por qué los príncipes de Italia perdieron sus Estados.
Capítulo XXV. Del poder de la fortuna en las cosas humanas y de los medios para oponérsele.
Capítulo XXVI. Exhortación a liberar a Italia de los bárbaros.

Obviamente que en nuestros regímenes políticos modernos no existen muchos de los tipos de poder que describe Maquiavelo, sin embargo, quise retomar casi la totalidad del contenido e irla describiendo y analizando por la enorme sabiduría que contiene y los símiles trasladables, traducibles o equiparables con los regímenes contemporáneos y la forma en que sus gobiernos se expresan.

Vale la pena advertir que resulta difícil separar las lecciones de El Príncipe en las que corresponden al Estado, las que tocan al régimen político y la forma de gobierno en que éste se expresa y las que corresponden exclusivamente al titular del poder, dado que en la época del autor el príncipe era o expresaba todo ello al mismo tiempo, por lo que en un régimen poliárquico algunos de los consejos de Maquiavelo dirigidos al líder en realidad corresponderían al Estado mismo, a quienes ejercen el poder en su conjunto o al colectivo que ejerce el poder en algunas de sus vertientes.

Termino este breve ensayo confrontando las enseñanzas de Maquiavelo que considero fundamentales con la manera en que actualmente se ejerce o debe ejercerse el poder, es decir, un poder que aspiramos republicano y democrático.


II.                  Cómo se clasifican los principados

Maquiavelo señala que los principados se clasifican en hereditarios, nuevos o mixtos. Los nuevos, a su vez, en nuevos del todo o adquiridos.

Los adquiridos se dividen en los que están acostumbrados a vivir bajo el mando de un príncipe y los que suelen ser libres, y, por la forma en que se adquieren, en adquiridos por armas propias o ajenas, por la suerte, por la virtud o por crímenes; también como parte de éstos se encuentran los principados civiles y los principados eclesiásticos.

En algunos casos Maquiavelo define el principado clasificado, en otros sólo comenta algunas de sus características.


1.       Principados hereditarios, nuevos o mixtos

a)       Principados hereditarios

Se trata de los que han sido gobernados por una misma familia por largo tiempo.

Son más fáciles de gobernar y conservar que los nuevos, ya que el príncipe sólo debe evitar alterar el orden establecido por los príncipes anteriores.

Si lo arrojase de él una fuerza arrolladora, sólo tendría que esperar para reconquistarlo que el usurpador sufriera el primer tropiezo.

Dice Maquiavelo que es lógico que sea más amado este tipo de príncipe, dado que como se trata de un príncipe natural tiene menos razones y menor necesidad de ofender, a menos que vicios excesivos le atrajeran el odio.


b)      Principados nuevos

Tiene una dificultad natural que “estriba en que los hombres cambian con gusto de Señor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tomar las armas contra él; en lo cual se engañan, pues luego la experiencia les enseña que han empeorado. Esto resulta de otra necesidad natural y común que hace que el príncipe se vea obligado a ofender a sus nuevos súbditos, con tropas o con mil vejaciones que el acto de la conquista lleva consigo”.

Entonces, “tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el principado”, mientras que “no puedes conservar como amigos a los que te han ayudado a conquistarlo, porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y (…) tampoco puedes emplear medicinas fuertes contra ellos, porque siempre, aunque se descanse en ejércitos poderosísimos, se tiene necesidad de la colaboración de los ´provincianos´ para entrar en una provincia”.

Aunque, advierte el autor, “los territorios rebelados se pierden con más dificultad cuando se conquistan por segunda vez, porque el señor, aprovechándose de la rebelión, vacila menos en asegurar su poder castigando a los delincuentes, vigilando a los sospechosos y reforzando las partes mas débiles”.


c)       Principados mixtos

Se trata de los que no son nuevos del todo, sino miembros agregados a un conjunto anterior. Poseen la misma dificultad que los principados nuevos con relación a la incertidumbre para conservarse.

Si hablan la misma lengua y son de la misma provincia que el príncipe, es muy fácil conservarlos, sobre todo si no están acostumbrados a vivir libres. En estos casos, para afianzarse en el poder, “basta con haber borrado la línea del príncipe que los gobernaba, porque, por lo demás, y siempre que se respeten sus costumbres y las ventajas de que gozaban, los hombres permanecen sosegados”, pues sus costumbres son parecidas y pueden convivir en buena armonía.

Para conservarlos, el príncipe “debe tener dos cuidados: primero, que la descendencia del anterior príncipe desaparezca; después, que ni sus leyes ni sus tributos sean alterados”.

Cuando se presentan dificultades es cuando se adquieren Estados con idioma, costumbres y organización distinta. Maquiavelo aconseja que en estos casos “la persona que los adquiera fuese a vivir en ellos”, con el fin de reprimir rápidamente cualquier desorden que se presente, evitar que los representantes del príncipe saqueen la provincia y estar disponible para que los súbditos recurran a él y tengan mayores oportunidades de amarlo o temerlo. Además los extranjeros tendrían más respeto para pensar invadir el nuevo territorio.

“Otro buen remedio es mandar colonias a uno o dos lugares que sean como llaves de aquel Estado… las colonias no cuestan… son más fieles y entrañan menos peligro; y (…) los damnificados no pueden causar molestias, porque son pobres y están aislados…”, señala Maquiavelo.

Es aquí cuando el autor da uno de los consejos que más se le conocen:

…a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; así que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse.

Por otro lado, señala que es inútil emplear la ocupación militar en este tipo de adquisiciones en vez de las colonias, porque el gasto es mucho mayor y la adquisición se convierte en pérdida. Además, se causan molestias a la población con el frecuente cambio de alojamiento de las tropas, lo que las convierte en enemigas.

Igualmente, indica Maquiavelo que el “príncipe que anexe una provincia de costumbres, lengua y organización distintas a las de la suya, debe también convertirse en paladín y defensor de los vecinos menos poderosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor poderío y cuidarse de que, bajo ningún pretexto, entre en su Estado un extranjero tan poderoso como él. Porque siempre sucede que el recién llegado se pone de parte de aquéllos que, por ambición o por miedo, están descontentos con su gobierno”.

En este caso, enfatiza que es deber de todo príncipe prudente preocuparse no simplemente por los desórdenes presentes, sino también de los futuros, y evitar los primeros a toda costa, porque “previniéndolos a tiempo se pueden remediar con facilidad; si se espera que progresen, la medicina llega a deshora pues la enfermedad se ha vuelto incurable”.

Pone como ejemplo a los romanos, que supieron ver con tiempo los problemas, “los remediaron siempre, y jamás les dejaron seguir su curso por evitar la guerra, porque sabían que una guerra no se evita, sino que se difiere para provecho ajeno”.

…Nunca fueron partidarios de ese consejo, que está en boca de todos los sabios de nuestra época: “Hay que esperarlo todo del tiempo”; prefirieron confiar en su prudencia y en su valor, no ignorando que el tiempo puede traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto el bien como el mal, y tanto el mal como el bien.

Asimismo, advierte que el soberano debe preocuparse en estos casos de que después sus aliados no adquieran demasiada fuerza y autoridad. “El que, en lo que a esta parte se refiere, no gobierne bien perderá muy pronto lo que hubiere conquistado, y aun cuando lo conserve, tropezará con infinitas dificultades y obstáculos”, sentencia, ya que el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina, porque “es natural que recele de la misma astucia o de la misma fuerza gracias a las cuales se ha obtenido la ayuda”.


2.       Principados adquiridos

a)       Principados acostumbrados a vivir bajo un príncipe y libres

Dice Maquiavelo que hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: destruirlo, radicarse en él o dejarlo regir por sus leyes, obligándolo a pagar tributo y establecer un pequeño gobierno, para que se encargue de velar por la conquista. “Como ese gobierno sabe que nada puede sin la amistad y poder del príncipe, no ha de reparar en medios para conservarle el Estado. Porque nada hay mejor para conservar —si se la quiere conservar— una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos”.

Sin embargo, advierte que el único medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre “es destruirla”.

…Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán por baluarte el nombre de libertad y sus antiguos estatutos, cuyo hábito nunca podrá hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho que se haga y prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, nadie se olvida de aquel nombre ni de aquellos estatutos, y a ellos inmediatamente recurren en cualquier contingencia (…). Pero cuando las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los habitantes están habituados a obedecer y por otro no tienen a quién, y no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por último tampoco se deciden a tomar las armas contra el invasor, un príncipe fácilmente puede conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, en cambio, hay más vida, más odio, más ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es destruirla o radicarse en ellas.


b)      Principados nuevos adquiridos con armas y talento propios

Maquiavelo confía en los caminos ya andados por los grandes hombres de Estado:

…Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni alcanzar la perfección del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que no han sido excelsos, para que, si no los iguala en virtud, por lo menos se les acerque; y hacer como los arqueros experimentados, que, cuando tienen que dar en blanco muy lejano, y dado que conocen el alcance de su arma, apuntan por sobre él, no para llegar a tanta altura, sino para acertar donde se lo proponían con la ayuda de mira tan elevada.

Indica el escritor italiano que conservar un principado de nueva creación por un príncipe nuevo es más o menos difícil según que sea más o menos hábil el príncipe que lo adquiere. “Y dado que el hecho de que un hombre se convierta de la nada en príncipe presupone necesariamente talento o suerte, es de creer que una y otra de estas dos cosas allana, en parte, muchas dificultades”. Sin embargo, dice, “el que menos ha confiado en el azar es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista”.

Pero, “más bien se refiere a aquellos que no se convirtieron en príncipes por el azar, “sino por sus virtudes”, aquellos que “no deben a la fortuna sino el haberles proporcionado la ocasión propicia, que fue el material al que ellos dieron la forma conveniente. Verdad es que, sin esa ocasión, sus méritos de nada hubieran valido; pero también es cierto que, sin sus méritos, era inútil que la ocasión se presentara”. Y después de señalar algunos ejemplos, indica que “estas ocasiones permitieron que estos hombres realizaran felizmente sus designios, y, por otro lado, sus méritos permitieron que las ocasiones rindieran provecho, con lo cual llenaron de gloria y de dicha a sus patrias”.

Los que por caminos semejantes a los de aquéllos, se convierten en príncipes adquieren el principado con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos. Las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. Pues debe considerarse que no hay nada más de difícil de emprender, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: El innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad de los que se beneficiarán con las nuevas. Tibieza en éstos, cuyo origen es, por un lado, el temor a los que tienen de su parte a la legislación antigua, y por otro, la incredulidad de los hombres, que nunca fían de las cosas nuevas hasta que ven sus frutos. (…) Hay que agregar, además, que los pueblos son tomadizos; y que, si es fácil convencerlos de algo, es difícil mantenerlos fieles a esa convicción, por lo cual conviene estar preparados de tal manera, que, cuando ya no crean, se les pueda hacer creer por la fuerza. (…) Hay que reconocer que estos revolucionarios tropiezan con serias dificultades, que todos los peligros surgen en su camino y que sólo con gran valor pueden superarlos; pero vencidos los obstáculos, y una vez que han hecho desaparecer a los que tenían envidia de sus virtudes, viven poderosos, seguros, honrados y felices.


c)       Principados nuevos que se adquieren con las armas y fortuna de otros

A diferencia de quien adquiere un principado con armas y talento propios, los que se convierten en príncipes por la suerte, con poco esfuerzo, necesitan mucho esfuerzo para mantenerse, de acuerdo con Maquiavelo.

… Las dificultades no surgen en su camino, porque tales hombres vuelan, pero se presentan una vez instalados. (…) Estos príncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna —cosas ambas mutables e inseguras— de quienes los elevaron; y no saben ni pueden conservar aquella dignidad. No saben porque, si no son hombres de talento y virtudes superiores, no es presumible que conozcan el arte del mando, ya que han vivido siempre como simples ciudadanos; no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y fieles. Por otra parte, los Estados que nacen de pronto, como todas las cosas de la naturaleza que brotan y crecen precozmente, no pueden tener raíces ni sostenes que los defiendan del tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en forma tan súbita en príncipes se pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus manos, y sepan prepararse inmediatamente para conservarlo, y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de llegar al principado.

En seguida, Maquiavelo pone el ejemplo del duque César Borgia, que llegó al poder con armas y fortuna de Alejandro, su padre. En su camino por afianzar el principado heredado cometió muchos aciertos, sin embargo, se equivocó al elevar como Papa a uno de los cardenales a los que había ofendido, que después sería la causa de su ruina. Y es que, dice el italiano, “se engaña quien cree que entre personas eminentes los beneficios nuevos hacen olvidar las ofensas antiguas”, pues “los hombres ofenden por miedo o por odio” y esperan el momento de vengarse.


d)      Principados adquiridos mediante crímenes

Finalmente, en la última clasificación de los principados, se encuentran los que fueron adquiridos mediante crímenes.

Para Maquiavelo, se trata de una manera no recomendable para adquirir el poder, por la ilegitimidad con se ejercerá.

…no se puede llamar virtud el matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el carecer de fe, de piedad y de religión, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no gloria. Pero si se examinan el valor de (…) arrastrar y salir triunfante de los peligros y su grandeza de alma para soportar y vencer los acontecimientos adversos, no se explica uno por qué tiene que ser considerado inferior a los capitanes más famosos. (…) su falta de humanidad, sus crueldades y maldades sin número, no consienten que se los coloque entre los hombres ilustres…

Sin embargo, acepta que puede llegar a ser necesaria la aplicación de alguna medida cruel, en cuyo caso debe emplearse adecuadamente.

… Llamaría bien empleadas a las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando se aplican de una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas, sino , por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posible para los súbditos. Mal empleadas son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen.

… al apoderarse de un  Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que les es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a fuerza de beneficios. Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano, y mal puede contar con súbditos a quienes sus ofensas continuas y todavía recientes llenan de desconfianza. Porque las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor…


e)       Principados civiles

Se trata de aquellos en los que un ciudadano, gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe.

Es quizá el tipo de principado con mayor relevancia en relación con el ejercicio del poder actual, por tratarse de la forma en que actualmente, al menos formalmente, se adquiere el poder en nuestras sociedades contemporáneas.

Este principado, explica el autor, puede ser implantado tanto por el pueblo como por los nobles. “Porque en toda ciudad se  encuentran estas dos fuerzas contrarias, una de las cuales luchas por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las dos corrientes surge uno de estos tres efectos: o principado, o libertad o licencia”.

Sin embargo, razona que es más fácil mantener un principado con ayuda del pueblo que de los nobles:

…el que llega al principado con la ayuda de los nobles se mantiene con más dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo, porque los que lo rodean se consideran sus iguales, y en tal caso se le hace difícil mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es única autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no esté dispuesto a obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a los demás; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es más honesta que la de los grandes, queriendo éstos oprimir, y aquél no ser oprimido.

No deja de resultar curioso el último razonamiento que citamos de Maquiavelo, ya que se adelantó por lo menos tres siglos a los teóricos de la democracia en cuanto a la deducción ahora obvia de que quien cuenta con el apoyo del pueblo tienen la legitimidad política, más aún tratándose de una autoridad civil.

... un príncipe jamás podrá dominar a un pueblo cuando lo tenga por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos, le será fácil. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, no sólo debe temer que lo abandonen, sino que se rebelen contra él; pues, más astutos y clarividentes, siempre están a tiempo para ponerse a salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con el que esperan resultará vencedor. (…) es una necesidad para el príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear nuevo o deshacerse de los que tenía, y quitarles o concederles autoridad o capricho.

(…) los grandes (…) deben considerar en dos aspectos principales: o proceden de tal manera que se unen por completo a su suerte, o no. A aquellos que se unen y no son rapaces, se les debe honrar y amar; a aquellos que no se unen, se les tiene que considerar de dos maneras: si hacen esto por pusilanimidad y defecto natural del ánimo, entonces tú debes servirte en especial de aquellos que son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarán y en la adversidad no son de temer, pero cuando no se unen sino por cálculo y ambición, es señal de que piensan más en sí mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar el príncipe y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarán la adversidad para contribuir a su ruina.

El que llegue a príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su afecto, cosa fácil, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en príncipe por el favor de los nobles y contra el pueblo procederá bien si se empeña ante todo en conquistarlo, lo que sólo le será fácil si lo toma bajo su protección. Y dado que los hombres se sienten más agradecidos cuando reciben bien de quien sólo esperaban mal, se somete el pueblo más a su bienhechor que si lo hubiese conducido al principado por su voluntad. (…) un príncipe necesita contar con la amistad del pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la adversidad.

Estos principados peligran, por lo general, cuando quieren pasar de principado civil a principado absoluto; pues estos príncipes gobiernan por sí mismos (…) su permanencia es más insegura y peligrosa, porque depende de la voluntad de los ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los cuales, y sobre todo en épocas adversas, pueden arrebatarle muy fácilmente el poder, ya dejando de obedecerle, ya sublevando al pueblo contra ellos. Y el príncipe, rodeado de peligros, no tiene tiempo para asumir la autoridad absoluta, ya que los ciudadanos y los súbditos, acostumbrados a recibir órdenes nada más que de los magistrados, no están en semejantes trances dispuestos a obedecer las suyas. (…) Por ello, un príncipe débil debe hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión tengan necesidad del Estado y de él. Y así le serán siempre fieles.


f)        Principados eclesiásticos

Dice Maquiavelo que todas las dificultades existen antes de poseer este tipo de principados, pues se puede adquirir mediante el valor o por la suerte y se conservan sin el uno ni la otra, pues “se apoyan en las antiguas instituciones religiosas, que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual fuere el modo en que éstos procedan y vivan”.

Estos son los únicos que tienen Estados y no los defienden; súbditos, y no los gobiernan. Y los Estados, a pesar de hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los súbditos, a pasar de carecer de gobierno, no se preocupan, ni piensan, ni podrían sustraerse a su soberanía…

En consecuencia, dice, son los únicos principados seguros y felices.


III.                Las fuerzas del principado

1.       Las tropas

Señala Nicolás Maquiavelo que en la naturaleza de los principados también conviene considerar si un príncipe posee un Estado que pueda sostenerse por sí mismo o en un momento dado debe recurrir a la ayuda de otros.

… considero capaces de poder sostenerse pos sí mismos a los que, o por abundancia de hombres o de dinero, pueden levantar un ejército respetable y presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos; y considero que tienen siempre necesidad de otros a los que no pueden presentar batalla al enemigo en campo abierto, sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros para defenderlos. (…) Quien tenga bien fortificada su ciudad, y con respecto a sus súbditos se haya conducido de acuerdo con lo ya expuesto (…) difícilmente será asaltado; porque los hombres son enemigos de las empresas demasiado arriesgadas, y no puede reputarse por fácil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo. (…) La razón es simple: están tan bien fortificadas que no puede menos de  pensarse que el asedio sería arduo y prolongado…

Un príncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado; pero si lo fuese, el atacante se vería obligado a retirarse sin gloria, porque son tan variables las cosas de este mundo que es imposible que alguien permanezca con sus ejércitos un año sitiando ociosamente una ciudad…

Antes de abordar las formas de ataque y defensa que pueden ser necesarias en cada uno de los Estados, el autor insiste en que es preciso que un príncipe eche los cimientos de su poder, porque, de lo contrario, fracasaría inevitablemente. Y los cimientos indispensables en todos los Estados son las buenas leyes y las buenas tropas. “y como allí donde hay buenas tropas por fuerza ha de haber buenas leyes, pasaré por alto las leyes y hablaré de las tropas”.

Señala enseguida que existen tres tipos de tropas con que un príncipe defiende sus Estados: propias, mercenarias, auxiliares o mixtas.


a)       Tropas mercenarias

Son inútiles y peligrosas “y el príncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estará nunca seguro ni tranquilo, porque están desunidos, (…) son ambiciosos, desleales, valientes entre los amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos; porque no tienen disciplina, como tienen temor de Dios ni buena fe con los hombres; de modo que no se difiere la ruina sino mientras se difiere la ruptura; y ya durante la paz despojan a su príncipe tanto como los enemigos durante la guerra, pues no tienen otro amor ni otro motivo que los lleve a la batalla que la paga del príncipe, la cual, por otra parte, no es suficiente para que deseen morir por él. Quieren ser sus soldados mientras el príncipe no hace la guerra; pero en cuanto la guerra sobreviene, o huyen o piden la baja…”.

… Los capitanes mercenarios o son hombres de mérito o no lo son; no se puede confiar en ellos si lo son porque aspirarán siempre a forjar su propia grandes, ya tratando de someter al príncipe su señor, ya tratando de oprimir a otros al margen de los designios del príncipe; y mucho menos si no lo son, pues con toda seguridad llevarán al príncipe a la ruina.

Considera el autor que “…un principado o una república deben tener sus milicias propias; que, en un principado, el príncipe debe dirigir las milicias en persona y hacer el oficio de capitán; y en las repúblicas, un ciudadano; y si el ciudadano nombrado no es apto, se lo debe cambiar; y si es capaz para el puesto, sujetarlo por medio de leyes. La experiencia enseña que sólo los príncipes y repúblicas armadas pueden hacer grandes progresos, y que las armas mercenarias sólo acarrean daños. Y es más difícil que un ciudadano someta a una república que está armada con arnas propias que una armada con armas extranjeras”.


b)      Soldados auxiliares, mixtos y propios

Considera, igualmente que las tropas pedidas a un príncipe poderoso para que nos socorra y defienda son inútiles; “…pueden ser útiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son casi siempre funestas; pues si pierden, queda derrotado, y si gana se convierte en su prisionero”. De ahí que “en las tropas mercenarias hay que temer sobre todo las derrotas; en las auxiliares, los triunfos”.

Por ello, todo príncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las propias, y a preferido perder con las suyas a triunfar con las otras, considerando que no es victoria verdadera la que se obtiene con armas ajenas…

Por lo tanto, aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos, no es verdaderamente sabio; pero ésta es virtud que tienen pocos…

Por eso, recomienda al príncipe contar con milicias propias, es decir, “milicias propias son las compuestas, o por súbditos, o por ciudadanos, o por servidores del príncipe”.

Concluyo, pues, que sin milicias propias no hay principado seguro; más aún: está por completo en manos del azar, al carecer de medios de defensa contra la adversidad…


c)       Los deberes de un príncipe con su milicia

Dice Maquiavelo que “un príncipe no debe tener otro objeto ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues lo único que compete a quien manda”. Este arte tiene la virtud de mantener en su puesto a los que han nacido príncipes, elevar a esa dignidad a hombres de condición modesta.

…la razón principal de la perdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte, en tanto que la condición primera para adquirirlo es la de ser experto en él…

…un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, deber, además de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos. En esto último pondrá muchísima seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la región donde se vive y a defenderla mejor; después, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar, porque las colinas, los valles, las llanuras, los ríos y los pantanos que hay, por ejemplo, en Toscana, tienen cierta similitud con los de las otras provincias, de manera que el conocimiento de los terrenos de una provincia sirve para el de las otras. El príncipe que carezca de esta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un capitán, pues tal condición es la que enseña a dar con el enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los ejércitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.

En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el porqué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas; y sobre todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. (..) Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente: no permanecer inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.


2.       El comportamiento del príncipe

a)       Cómo debe observar las virtudes

En el trato con súbditos y amigos, un príncipe, sostiene Maquiavelo, debe tratar de practicar tantas virtudes como le sea posible, aunque no significa necesariamente que sea “bueno”.

“Muchos –dice—se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo e debería vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que debería hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse, pues un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son. Por lo cual es necesario que todo príncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad”.

Es necesario que el soberano considere que todos los hombres son juzgados por algunas de estas cualidades que les valen o censura o elogio.
·         Pródigo o tacaño·         Dadivoso o rapaz·         Cruel o clemente·         Traidor o leal·         Afeminado o pusilánime·         Decidido o animoso·         Humano o soberbio·         Lascivo o casto·         Sincero o astuto·         Duro o débil·         Grave o frívolo·         Religioso o incrédulo
“Como no es posible poseer todas las cualidades mencionadas ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo consiente”, dice el autor, es preciso que el príncipe sea tan cuerdo que sepa evitar la vergüenza de aquellas que le significarían la pérdida del Estado, y, si puede, aun de las que no se lo harían perder, “pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de incurrir en la infamia de vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina, y lo que parece vicio sólo acaba por traer el bienestar y la seguridad”.

Más adelante, Maquiavelo pone algunos ejemplos de los problemas que algunas “virtudes” acarrearon a algunos soberanos que quisieron ser buenos y no virtuosos como estadistas, entre los cuales se encuentra la prodigalidad y la clemencia.

Particularmente sobre la clemencia y la crueldad, dice el italiano:

Paso a las otras cualidades ya cimentadas y declaro que todos los príncipes deben desear ser temidos por clementes y no por crueles. Y, sin embargo, deben cuidarse de emplear mal esta clemencia. César Borgia era considerado cruel, pese a lo cual fue su crueldad la que impuso el orden en la Romaña, la que logró su unión la que la logró su unión y la que la volvió a la paz y a la fe. Que, si se examina biern, se verá que Borgia fue mucho más clemente que el pueblo florentino, que para evitar ser tachado de cruel, dejó destruir a Pistoya. Por lo tanto, un príncipe no debe preocuparse por que lo acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los súbditos; porque con pocos castigos ejemplares será más clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan multiplicar los desórdenes, causas de matanzas y saqueos que perjudican a toda una población, mientras que las medidas extremas adoptadas por el príncipe sólo van en contra de uno. Y es sobre todo un príncipe nuevo el que no debe evitar los actos de crueldad, pues toda nueva dominación trae consigo infinidad de peligros…

Sin embargo, debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de sí mismo y proceder con moderación, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza no lo vuelva imprudente, y una desconfianza exagerada, intolerante.


b)      Ser temido o amado

Y sobre si un príncipe debe buscar ser amado o temido, dice Maquiavelo que nada mejor ser ambas cosas a la vez, y si fallara alguna, se pronuncia por que más vale ser temido que amado, dada la vulnerabilidad del ser humano y los deberes del príncipe.

… [de] la generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores, cobardes ante el peligro y ávidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente tuyos; te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues (…) ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el príncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la altura y nobleza del alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un vínculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca.

No obstante, dice, debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor, evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado; y para ello “bastará que se abstenga de apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y súbditos, y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificación conveniente y motivo manifiesto”. Enfatiza en que fundamentalmente debe abstenerse el príncipe de afectar los bienes ajenos, “porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la pérdida del patrimonio. Luego, nunca faltan excusas para despojar a los demás de sus bienes, y el que empieza a vivir de la rapiña siempre encuentra pretextos para apoderarse de lo ajeno, y, por el contrario, para quitar la vida, son más raros y desparezcan con mayor rapidez”.

Pero cuando el príncipe está al frente de sus ejércitos y tiene que gobernar a miles de soldados, es absolutamente necesario que no se preocupe si merece fama de cruel, porque sin esta fama jamás podrá tenerse ejército alguno unido y dispuesto a la lucha…

Y sobre la cuestión de ser temido o amado, concluye Maquiavelo:

…como el amar depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como dicho, tratando siempre de evitar el odio.


c)       Cómo debe cumplir sus promesas

“Nadie deja de comprender cuán digno de alabanza es el príncipe que cumple la palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez”, reconoce el autor, pero enseguida dice que la experiencia demuestra, no obstante, que son precisamente los príncipes “que han hecho menos caso de la fe jurada, envuelto a los demás con su astucia y reído de los que han confiado en su lealtad, los únicos que han realizado grandes empresas”.

Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un príncipe debe saber entonces comportarse como bestia y como hombre…

De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las trampas y león para espantar a los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades del león demuestran poca experiencia. Por lo tanto, un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer…

Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no sería bueno; pero como son perversos, y no la observarían contigo, tampoco tú debes observarla con ellos. Nunca faltaron a un príncipe razones legítimas para disfrazar la inobservancia. Se podrían citar innumerables ejemplos modernos de tratados de paz y promesas vueltos inútiles por la infidelidad de los príncipes. Que el que mejor ha sabido ser zorro, ése ha triunfado. Pero hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar.


d)      Cómo evitar ser despreciado y odiado

No obstante que puede no ser virtuoso en sentido estricto, señala Maquiavelo que el príncipe debe tratar de huir de las cosas que lo hagan odioso o despreciable. Si así lo hace, “no tendrá nada que temer de los otros vicios”. Hace odioso, sobre todo, como mencionó el autor, apoderarse de los bienes y de las mujeres de los súbditos, de todo lo cual convendrá abstenerse. “Porque la mayoría de los hombres, mientras no se ven privados de sus bienes y de su honor, viven contentos; y el príncipe queda libre para combatir la ambición de los menos que puede cortar fácilmente y de mil maneras distintas”. También debe evitar ser considerado voluble, frívolo, afeminado, pusilánime e irresoluto, defectos que lo harían parecer despreciable, e ingeniarse para que en sus actos se reconozca “grandeza, valentía, seriedad y fuerza”.

El príncipe que conquista semejante autoridad es siempre respetado, pues difícilmente se conspira contra quien, por ser respetado, tiene necesariamente que ser bueno y querido por los suyos. Y un príncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le subleven los súbditos; en el exterior, que le ataquen las potencias extranjeras. De éstas se defenderá con buenas armas y buenas alianzas, y siempre tendrá buenas alianzas el que tenga buenas armas, así como siempre en el interior estarán seguras las cosas cuando lo estén en el exterior, a menos que no hubiesen sido previamente perturbadas por una conspiración...

Justamente, “no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios más eficaces de que dispone un príncipe” contra la conjura, ya que al conspirador no se le ocurrirá asesinar al monarca si sospecha que el pueblo no quedará contento con ello y sólo tendrá recelo y temor al castigo, mientras que “el príncipe cuenta con la majestad del principado, con las leyes y con la ayuda de los amigos, de tala manera que, si se ha granjeado la simpatía popular, es imposible que haya alguien que sea tan temerario como para conspirar”.

Y sobre este último tema, concluye Maquiavelo que

…un príncipe, cuando es apreciado por el pueblo, debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos cuando lo tiene por enemigo y es aborrecido por él. Los Estados bien organizados y los príncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener satisfecho y contento al pueblo. Es éste uno de los puntos a que más debe atender un príncipe.

Finalmente, señala Maquiavelo que favorecer al pueblo puede tener inconvenientes hacia la nobleza, a la que “un príncipe debe estimar”, pero “sin hacerse odiar por el pueblo”. Para evitar el odio de los nobles, “que el temor hacía nacer en el pueblo”, el autor ilustra que reinos bien organizados, como el de Francia, creó un tercer poder (los otros dos eran el rey y el parlamento), que “sin responsabilidades para el rey, castigase a los nobles y beneficiase al pueblo”. El consejo: “los príncipes deben encomendar a los demás las tareas gravosas y reservarse las agradables”.


e)       El uso de fortalezas

Maquiavelo menciona que hubo príncipes que mitigaron sus inquietudes o la inseguridad de su mando desarmando a sus súbditos, dividiendo territorios, favoreciendo a sus enemigos, atrayendo a quienes les generaban recelo, “en fin hubo los que construyeron fortalezas, y príncipes que las arrasaron”.

Nunca sucedió que un príncipe nuevo desarmase a sus súbditos; por el contrario, lo armó cada vez que los encontró desarmados. De este modo, las armas del pueblo se convirtieron en las del príncipe, los que recelaban se hicieron fieles, los fieles continuaron siéndolo y los súbditos se hicieron partidarios. Pero como no es posible armar a todos los súbditos, resultan favorecidos aquéllos a quienes el príncipe arma, y se puede vivir más tranquilo respecto a los demás; por esa distinción, de que se reconocen deudores al príncipe, los primeros se consideran más obligados a él, y los otros se disculpan comprendiendo que es preciso que gocen de más beneficios los que tienen más deberes y se exponen a más peligros…

Pero cuando se los desarma, se empieza por ofenderlos, ´puesto que se les demuestra que, por cobardía o desconfianza, se tiene poca fe en su lealtad; y cualquiera de estas dos opiniones engendra odio contra el príncipe.

… Ahora bien: cuando un príncipe adquiera un Estado nuevo que añade al que ya poseía, entonces sí que conviene que desarme a sus nuevos súbditos, excepción hecha de aquellos que se declararon partidarios suyos durante la conquista; y aun a éstos, con el transcurso de tiempo y aprovechando las ocasiones que se le brinden, es preciso debilitarlos y reducirlos a la inactividad y arreglarse de modo que el ejército del Estado se componga de los soldados que rodeaban al príncipe en el Estado antiguo.

Indudablemente, los príncipes son grandes cuando superan las dificultades y la oposición que se les hace. Por esta razón, y sobre todo cuando quiere hacer grande a un príncipe nuevo, a quien le es más necesario adquirir fama que a uno hereditario, la fortuna le suscita enemigos y guerras en su contra para darle oportunidad de que las supere y pueda, sirviéndose de la escala que los enemigos le han traído, elevarse a mayor altura. Y hasta hay quienes afirman que un príncipe hábil debe fomentar con astucia ciertas resistencias para que, al aplastarlas, se acreciente su gloria.

De cualquier forma, el autor indica que el príncipe que adquiera un Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos debe examinar bien el motivo que los impulsó a favorecerlo. Si no se trata de afecto natural, dice, sino de descontento con la situación anterior del Estado, “difícil y fatigosamente podrá conservar su amistad, pues tampoco él podrá contentarlos”. Es más fácil conquistar “la amistad de los enemigos, que lo son porque estaban satisfechos con el gobierno anterior, que la de los que, por estar descontentos, se hicieron amigos del nuevo príncipe y le ayudaron a conquistar el Estado”, sentencia.

Los príncipes, para conservarse más seguramente en el poder, acostumbraron construir fortalezas que fuesen rienda y freno para quienes se atreviesen a obrar en su contra, y refugio seguro para ellos en caso de un ataque imprevisto. Alabo esta costumbre de los antiguos. Pero repárese en que en estos tiempos se ha visto (…) arrasar fortalezas…

“Podría resolverse la cuestión de esta manera: el príncipe que teme más al pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el que teme más a los extranjeros que al pueblo debe pasarse sin ellas”, dice Maquiavelo. En definitiva, “no hay mejor fortaleza que el no ser odiado por el pueblo, porque si el pueblo aborrece al príncipe, no lo salvarán todas las fortalezas que posea, pues nunca faltan al pueblo, una vez que ha empuñado las armas, extranjeros que lo socorran”, sentencia.

De los últimos capítulos simplemente vale la pena mencionar la recomendación que hace el autor para evitar a los aduladores, integrar un consejo útil de secretarios que sigan instrucciones, pero aconsejen al soberano de manera efectiva, sin mentir, así como de la reiteración que hace Maquiavelo de que la mejor arma del soberano es contar con el respaldo del pueblo, auqnue es deseable también el de la nobleza.


IV.                Del monarca al líder democrático

A diferencia de lo que se cree de ésta, la obra más famosa del intelectual italiano, no es la inescrupulosidad del ejercicio del poder lo que intenta transmitir como lección de práctica política.

Quizá el realismo práctico con que Maquiavelo abordó el comportamiento del soberano, en los tiempos en que la concentración del poder le otorgaban la responsabilidad misma del Estado (envuelta en gran simbología mítica) fue lo que desquició a sus detractores. O, tal vez, como afirma Gramsci, las sucesivas clases dominantes no le perdonaron que develara (al pueblo, ellos ya los sabían) los secretos del poder monárquico.

Actualmente, se puede suscribir la totalidad de la obra como parte de ese comportamiento del poder, quizá con la diferencia, nada menor, sin embargo, de que el poder ya no se concentra en una sola persona, existen motivos distintos de legitimidad del poder en el marco de la democracia y la república y el pueblo no está conformado por súbditos sino por ciudadanos que deciden (o debieran decidir) quién los representa.


* Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Ed. Guernika, México, 1997, 151 pp.